lunes, 20 de octubre de 2008

Le Tire-Bouchon

Había decidido dedicarme la tarde. Tras una gris semana entre los muros de la facultad sin más compañía que las memorias del otro Rousseau y sus escarceos con el contencioso constitucional francés, había decidido dedicarme la tarde. Montmartre esperaba.

La calle del Calvario –nunca hubo un nombre más propicio para una calle- da la bienvenida a uno de los barrios más emblemáticos de París, en el 18ème arrondissement, en cuyas calles el tiempo parece esperar. Sus plazas y vías adoquinadas se enmarcan en un lienzo de colores cálidos y pinceladas gruesas. Cafés repletos y artistas ofreciendo sus servicios flanquean las aceras, mientras jubilados pasan las horas muertas jugando al ajedrez en las esquinas ante la mirada curiosa de los turistas. Y de fondo, el leve sonido de un piano que trata de captar la atención hacia un café de la rue Norvins con Poulbot. Un café que, a causa de su apariencia desaliñada y gris, pasaría por lo general inadvertido.

Pero Le Tire-Bouchon no es un café cualquiera. No se nutre de turistas dispuestos a desembolsar cantidades impensables por un simple café ni de los matrimonios de mediana edad que a diario copan las terrazas de los grandes bulevares parisinos. Sus paredes repletas de recuerdos y de textos de algún que otro aspirante a escritor inundan el ambiente. “Se vende bicicleta de segunda mano a buen precio”, puede leerse junto a un poema basado en las peripecias de un tal Fréderick en Le Chat Noir. Fotos de músicos, poetas, pintores e incluso funambulistas se agolpan junto a una viga maestra que sirve de cobijo a un viejo piano. Brel, dicen, comenzó a frecuentar sus mesas cuando se instaló en París allá por 1952, razón por la cual un cobrizo retrato suyo preside el salón principal. De fondo, inundando el ambiente, la voz amarga y tenue del Grand Jacques.



La compañía de un café y las pequeñas intervenciones al piano del propietario del local amenizaron el paso de las horas; y sin darme a penas cuenta se hizo la hora de volver. De volver al París de las luces y las sombras, de las grandes avenidas y bulevares, de las bicicletas y los abrigos de paño. Volver, pero sabiendo que hay un rincón al final de la butte de Montmartre donde el tiempo se para. Volver sabiendo que Le Tire-Bouchon espera.



Pd. Por cierto, Bárbara, ¿me das tu permiso para que uno de tus poemas adorne sus paredes?

1 comentario:

bárbara dijo...

PERMISO CONCEDIDO!

siento estar tan desaparecida... porqué no te pones un skype?!! así podemos hablar por las noches un ratito y nos sale gratis! yujuu

tengo mil cosas que contarte, una por cada cosa que no me pasa encerrada en estas cuatro paredes

me encanta leerte
me encanta

tus mails me alegran
me obligas sonreir
por un segundo estoy allí, contigo y con cortázar
ais

intentaré lo de noviembre pero ya sabes que todo depende
mañana hablaré con mi prepa a ver

me he hecho un nuevo blog! aún no se lo he dicho a nadie, sólo lo he linkeado en mi página... es casi como un diario casi-diario de todo lo que no escribo cuando estudio, algo así.
nos escribimos por ambos
por donde quieras


me acuerdo mucho de ti
aunque en tu cabeza resuene el "quién lo diría", te lo aseguro

sigue escribiendo tus crónicas francesas, me encantan

mil besos mon petit chère
B.

http://naufragiosdiminutos.blogspot.com