lunes, 27 de octubre de 2008

Cromatismos

Ocre. Ocre viento y ocre esparto. Ocre ajado por retazos otoñales. Ocre o simplemente ocre. Quizás, como dijo alguien, pronto la primavera dé paso a una nueva paleta repleta de colores vivos y tintes cálidos. Sin embargo, por el momento, París sigue siendo ocre.



No obstante, en ocasiones, entre las parduzcas y cobrizas bocacalles algunos atisbos de color parecen asomar temerosos. Temerosos de poder perturbar en modo alguno la cromática armonía que, sin apenas sospecharlo, logran alcanzar parques y avenidas, muelles y balaustradas, adoquines y transeúntes. Así, cabizbajos añiles en las aceras, verdigrises en los tejados o granates en las ribeteadas lonas se dejan ver en las calles, intentando pasar desapercibidas ante los curiosos objetivos de fotógrafos y turistas. El grisáceo de la bruma enlutando los bulevares en las frecuentes tardes de lluvia o el jade engalanando los edificios más visitados y admirados, se convierten en habituales aliados del pintor que, más marchante que artista, trata diariamente de plasmar tamaño amalgama en un lienzo en blanco.

Aunque pronto el blanco inundará calles y jardines, se hará huésped de pasajes y soportales, cubrirá aceras y empedrados; pronto el ocre abandonará bulevares y cafés. Pronto la ciudad se lavará la cara y el otoño quedará atrás. Pronto, muy pronto, nacerá otro París.

sábado, 25 de octubre de 2008

Versos sabor a Chincheta

Feliz Cumpleaños.







Como un pájaro quebrado,

algo que no sirve,

que rebaña el aire y llora;

acontezco ante mí,

triste y solemne,

con una reverencia de pluma,

de viento laminado,

de sílabas de mí.

No sabes nada del viento,

me digo,

no eres más que yo

cuando me doy cuenta de mí

desde abajo.

"No sabes nada del viento". Bárbara Butragueño

lunes, 20 de octubre de 2008

Le Tire-Bouchon

Había decidido dedicarme la tarde. Tras una gris semana entre los muros de la facultad sin más compañía que las memorias del otro Rousseau y sus escarceos con el contencioso constitucional francés, había decidido dedicarme la tarde. Montmartre esperaba.

La calle del Calvario –nunca hubo un nombre más propicio para una calle- da la bienvenida a uno de los barrios más emblemáticos de París, en el 18ème arrondissement, en cuyas calles el tiempo parece esperar. Sus plazas y vías adoquinadas se enmarcan en un lienzo de colores cálidos y pinceladas gruesas. Cafés repletos y artistas ofreciendo sus servicios flanquean las aceras, mientras jubilados pasan las horas muertas jugando al ajedrez en las esquinas ante la mirada curiosa de los turistas. Y de fondo, el leve sonido de un piano que trata de captar la atención hacia un café de la rue Norvins con Poulbot. Un café que, a causa de su apariencia desaliñada y gris, pasaría por lo general inadvertido.

Pero Le Tire-Bouchon no es un café cualquiera. No se nutre de turistas dispuestos a desembolsar cantidades impensables por un simple café ni de los matrimonios de mediana edad que a diario copan las terrazas de los grandes bulevares parisinos. Sus paredes repletas de recuerdos y de textos de algún que otro aspirante a escritor inundan el ambiente. “Se vende bicicleta de segunda mano a buen precio”, puede leerse junto a un poema basado en las peripecias de un tal Fréderick en Le Chat Noir. Fotos de músicos, poetas, pintores e incluso funambulistas se agolpan junto a una viga maestra que sirve de cobijo a un viejo piano. Brel, dicen, comenzó a frecuentar sus mesas cuando se instaló en París allá por 1952, razón por la cual un cobrizo retrato suyo preside el salón principal. De fondo, inundando el ambiente, la voz amarga y tenue del Grand Jacques.



La compañía de un café y las pequeñas intervenciones al piano del propietario del local amenizaron el paso de las horas; y sin darme a penas cuenta se hizo la hora de volver. De volver al París de las luces y las sombras, de las grandes avenidas y bulevares, de las bicicletas y los abrigos de paño. Volver, pero sabiendo que hay un rincón al final de la butte de Montmartre donde el tiempo se para. Volver sabiendo que Le Tire-Bouchon espera.



Pd. Por cierto, Bárbara, ¿me das tu permiso para que uno de tus poemas adorne sus paredes?

sábado, 11 de octubre de 2008

Dominique

Dominique es un anciano de esos de los de antes. De esos que nunca te desprecian una sonrisa y que te regalan amabilidad aún sin merecerla. De esos que se levantan de la cama a penas amanece para empezar con buen pie la jornada y para, bien temprano, abrir las puertas de lo que siempre ha sido su casa, de su pequeño rincón, y regalarlo a todos los transeúntes que cada día deciden modificar su camino y hacerle una pequeña visita. Además de todo eso, Dominique es mi vecino. O, al menos, eso me gusta pensar a mí.

Dominique es propietario de uno de los que aquí llaman bouquinistes, pequeños puestos callejeros que se agolpan en las márgenes del Sena. El de Dominique está, concretamente, en la Quai Voltaire a la altura del Pont Royal, a medio camino entre las esquinas de la Rue du Bac y la Rue de Beaune; y desde allí nos saluda cada mañana –muchas veces aún sin saberlo- y nos recuerda la suerte que tenemos de tenerlo como vecino.



Pero Dominique no está solo. Pronto, bien temprano, los empedrados parisinos comienzan a llenarse de transeúntes y ciclistas. Pero París no tiene prisa. No hay ruido de cláxones ni atascos escandalosos. Ni taxistas suicidas ni ejecutivos acalorados. Tan sólo el incesante trasiego de turistas –una gran mayoría españoles- enturbia en algo el ambiente. París, simplemente, disfruta de sí mismo. Sabe cómo hacerlo.

El Boulevard de Saint Germain es arena de otro costal. Grandes y afamadas marcas comerciales copan casi todas las esquinas. Las galerías de arte contemporáneo se hacen cada vez más frecuentes. Y la bourgeoisie parisina entra en escena. Y es que Sciences Po es muy pero que muy burgués, aunque lo quiera negar. En efecto, nada más llegar al 27 de la rue de Saint Guillaume la comunidad estudiantil da la bienvenida celebrando y conmemorando la participación del Instituto de Estudios Políticos de París en el mayo francés. La publicidad política y social ocupa la mayor parte de las mesas que gentilmente la Universidad cede para que los alumnos expresen libremente sus inquietudes sociales. Y unos carteles enormes convocan al alumnado para la quinta asamblea general de la asociación de gays, lesbianas y transexuales de Sciences Po. Proclamas comunistas y socialistas salen por doquier de las bocas de los alumnos, los cuales se jactan de separarse de esos jóvenes que se enchaquetan para ir a clase, “esos católicos conservadores de la antigua aristocracia”, dicen. No obstante, como es sabido, aunque la mona se vista de seda…

El Boulevard Saint-Germain se lava un poco la cara al caer la tarde. Ya sólo quedan las hojas que de un parduzco color ocre dejan caer los árboles que escoltan la avenida. Sólo quedan las terrazas de las elegantes cafeterías y las boulangeries que anuncian su cierre. Es entonces, y sólo entonces, cuando la ciudad adormece. Adormece lentamente, sin prisa pero sin pausa, tan sólo dejando tiempo para que los ciclistas logren volver a casa y los transeúntes se disipen poco a poco aprovechando los últimos minutos de luz.

Al regresar a casa, Dominique sigue recostado en su banqueta, siempre atento a su pequeño rincón del viejo París, aunque ya consciente de que se hace tarde. De que mañana será otro día.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Una ciudad, un piano y la calle Bartolo...

Je suis déjà à Paris. Ha costado, pero estoy. Tras un viaje tortuoso, estoy. Y es que la ciudad de la luz no es lo que pintan. De momento, para mí, tan sólo son calles interminables, una señora borde que te mira de arriba a abajo para ver si te alquila el piso y un maravilloso -a la par que calórico- crêpe de nutella. Alejandro es un guía gastronómico en potencia.

A pesar de todo, la cosa promete. Y es que Blanquita tenía razón: esta ciudad está hecha para mí. Cafés a pie de calle, largos bulevares que invitan al paseo, librerías acogedoras por doquier… El sueño de cualquier bohemio que se precie.

De momento estamos alojados en el Hôtel des Allies, en la rue Barthollet, muy cerquita del Panteón de los Hombres Ilustres y el pleno corazón del barrio latino; pero, a pesar de que a priori parecería un sitio estupendo, las apariencias engañan. El hostal, y concretamente nuestra habitación, nos sorprende cada noche
con un muy agradable olor a amoniaco –u otra sustancia que no me atrevo a adivinar- que a duras penas nos permite dormir; misión que, por otra parte, se antoja cuanto menos dificultosa debido a nuestros maravillosos vecinos de habitación –y de baño-. Una amigable familia francesa que nos deleita cada noche con un amplio repertorio de regañinas, musiquitas de videojuegos y ruidos varios; muy majos ellos. A esto se une que los tres jinetes del apocalipsis compartimos un muy amplio habitáculo de 10 m2 , donde no caben ni las maletas. Y mucho menos el piano.

¡¡Ay!! ¡¡El piano!! ¡¡Qué de alegrías y qué de disgustos me da!! Después de la odisea para llevarlo ¡¡¡¡COMO EQUIPAJE DE MANO!!!!! en el avión, ahora me contempla día y noche, como acechando, recordando constantemente que dentro de muy poco, de cinco meses, lo tendré que volver a llevar a Madrid. Y es que, como me dijo la señora de IBERIA, “¡¡qué duro es ser pianista!!”. Muchas gracias, Blanquita, por tus consejos para lidiar con nuestra queridísima compañía aérea.

Pero todo parece que se va arreglando. Esta tarde –de hecho, hace menos de dos horas- encontramos piso finalmente. Al pie del Louvre. En la rue des Pyramides. Y dejaremos por fin el hostal. Es posible que, sin embargo, eche de menos el barrio del hostal; especialmente el chino de abajo que nos da carne de rata por ternera –juro que eso, fuera lo que fuera, no era ternera- y la Liga en Defensa de los Derecho s de los Animales .




Tardaré posiblemente bastante en actualizar porque, hasta que no me asiente definitivamente, no tengo acceso regular a internet. Tan sólo en Sciences Po. Así que iré a mi ritmo, ya sabéis, con calma.

Lo mejor por ahora: Esos señores –señores no, caballeros con mayúsculas- de más de cincuenta que, lejos de los estereotipos que pintan a los parisinos como gente desagradable, si te ven perdido por el Boulevard Saint-Germain se acercan y te preguntan “Est-ce que je peux vous aider?”. Y con una envidiable paciencia, tacto y educación te tratan de ayudar lo mejor que pueden. Gracias a Dios aún queda gente así. Y el mejor, nuestro amigo el cafetero de la rue de Claude Bernard. Vive la France!

Por cierto, desde que llegué he notado que cojeo un poco… ;)