Apenas dejas advertir tu presencia. Cabizbajo, nos observas día y noche tratando de cobijarte entre escombros, aunque dejando tras de ti pequeños rastros, pistas que te hagan sentir un poco menos ajeno a nosotros.
Tu sonámbulo zigzagueo se confunde entre nuestras rutinas y, tímido, trata de ocultarse sibilinamente, casi con un susurro, a fin de no turbar nuestros quehaceres cotidianos. Sólo los pequeños surcos dibujados sobre baldosas y azulejos son testigos de tu silencioso deambular.

Sin embargo, a pesar de todo, estás. Te escabulles pero estás. Como un retraído huésped, estás. Estás en nuestros despertares y en nuestros bostezos. Estás en los posos de café y escondido entre los cojines. Entre las parduzcas páginas de nuestros libros y junto a la tinta derramada en el escritorio, estás.
Y con eso te basta.
París, a 23 de noviembre de 2008