miércoles, 14 de enero de 2009

El Acordeón

Mediodía en las calles de Saint Louis. En las aceras se agolpan comerciantes y tenderos, transeúntes y turistas, del todo indiferentes a la pequeña maravilla que cada día acompaña sus rutinas. Y es que, desde aquella tímida esquina que apenas se deja ver entre el trasiego, tu inadvertida presencia se hace indispensable en la vida del frecuentado barrio parisino. Y tu gemir se convierte en el canto de una ciudad.


Gimes y arrancas delirios y quejidos, envolviendo con tu rasgada voz noctámbulas historias que sirven de sustento a aquél que osa acompañar tu llanto. Gimes, y tu gemido se traduce en un aluvión de caricias que se precipitan hacia la siempre llana y reconfortante cadencia que, huérfana de esplendor, aguarda expectante el eco de un nuevo sollozar. Gimes, y en tu grito se cobijan un millar de parásitos que sólo en ti parecen encontrar dirección en su solitario deambular.

Cae la tarde en los alrededores de Saint Louis. Las dóciles aguas acompañan en un murmullo el testimonio de tus ausencias. La isla, ajena pero testigo, se adormece en un acompasado mecer que será preámbulo de un nuevo lamento. Ya entre sombras, en la isla de Saint Louis sólo se escucha tu llanto.

1 comentario:

bárbara dijo...

impresionante mi niña
me dejas sin palabras

un grandísimos abrazo
B.